No obstante si Pilato no emitió un juicio legítimo, el
encuentro entre el vicario del Censar y Jesús, entre la ley humana y lo divino,
entre la ciudad terrenal y la celestial, pierde su razón de ser y se convierte
en enigma. Cae, con eso también, toda posibilidad de una teología política
cristiana y de una justificación teológica del poder profano. El orden jurídico
no se deja inscribir tan nítidamente en el orden de la salvación, ni éste en
aquél. Pilato, con su falta de resolución-como el soberano barroco según Benjamín,
que es incapaz de decidir-, dividió para siempre los dos órdenes o, cuando
menos, hizo insondable su relación. De este modo condena la humanidad a una krísis incesante, incesante porque no
puede ser decidida jamás de una vez y para siempre.
La irresolubilidad implícita en la confrontación entre los
dos mundos y entre Pilato y Jesús se comprueba en las dos ideas clave de la Modernidad; que la historia es un “proceso” y que
este proceso, por cuanto no termina en un juicio, se halla en estado de crisis
permanente. En este sentido, el proceso de Jesús es una alegoría de nuestro
tiempo que, como toda época histórica que se respete a sí misma, debería tener
la forma escatológica de una novissima dies,
pero que ha sido privada de ella por la tácita y progresiva extenuación del
dogma del Juicio Universal, de lo cual la iglesia ya no quiere oír hablar
(Giorgio Agamben, “Pilato y Jesús”. Adriana Hidalgo editora,
páginas 53-54)
No comments:
Post a Comment