Si la vida carece de valor, todas las cosas que la nutren
tampoco lo tienen. Supón que tienes una pequeña librería con cuadros para
adornar las paredes, y un jardín alrededor, y que contemplas propósitos
científicos y literarios, etc, y que de repente descubres que tu vida, con
todos sus contenidos, está situada en el infierno, y que la justicia de la paz
es uno de los ángeles diabólicos con pezuñas y rabo ¿No pierden estas cosas súbitamente
su valor a tus ojos? Ningún hombre prudente construirá una casa de piedra en
estas circunstancias, o se comprometerá en una empresa pacífica cuyo logro
requiere tiempo. El arte es largo como siempre, pero la vida es más breve y menos idónea
para los propósitos verdaderos. Hemos agotado el tiempo de nuestros antepasados.
Hemos agotado toda nuestra libertad heredada, como el pollo el albumen en el
huevo. Si queremos salvar nuestras vidas debemos luchar por ellas. El
descubrimiento es del tipo de hombre que son tus conciudadanos. Prestos adoran
el Dinero y en el séptimo día invocan a Dios con fanfarrias de un extremo a
otro de la Unión. Ellos
son en su mayor parte herramientas, y en la mínima hombres.
HDT
Diario 16 de junio de 1854
(Traducción Guillermo Ruiz, primera vez aquí el 10 de junio
de 2006))
Los procedimientos ideológicos de
la izquierda y de la derecha-las contrarrevoluciones de la revolución
constitucional americana-se han mostrado funestos para confianza en la
democracia y, en consecuencia, para el desarrollo de las condiciones que
Nietzsche (siguiendo a su Erzieher, el “americano” Emerson) ponía para que
apareciera la filosofía: que los hombres aprendieran a leer y escribir. ¿Qué
texto nos han dejado las revoluciones francesa y rusa para que aprendamos a
leer y escribir equivalente a la Constitución americana, a los verdaderos mitos
fundacionales expresados en la
Declaración de Independencia, en Walden o en el Discurso de
Gettisburg? ¿Son los grandes maestros, Jefferson, Thoreau o Lincoln, de
derechas?
(Antonio Lastra; ¿Qué significa
la constitución americana? Una nota al
pie de dos páginas de Gustavo Bueno. Filosofía y Cuerpo. Debates en torno al
pensamiento de Gustavo Bueno. Ediciones Libertarias, 2005, págs 203-209)
19
Queda por tratar la cuestión de qué puede aportar a la paz
la persona singular. Es una cuestión tanto más urgente cuanto que hoy en día la
persona singular fácilmente infravalora el rango que se le ha otorgado.
La furia de los elementos le hace dudar de su fuerza; ante
el gigantesco incendio deja caer los brazos con desánimo. Al renunciar a la
voluntad la persona singular queda desvalida y con ello se somete al miedo y a
esos poderosos demonios cuyo poder se basa en el juego de contrarios del odio y
el terror. Esos demonios están pensando en convertir al ser humano en uno de
sus instrumentos e incluso aguardan de él una especie de exultación salvaje,
con la que se despoje de su responsabilidad. Con ello el ser humano se coloca
en una situación en la que ya no sabe distinguir lo justo de lo injusto y él
mismo se transforma en una pelota con la que juegan las pasiones.
Frente a ello hay que decir que la responsabilidad de la
persona singular es enorme y que nadie puede exonerarla de ella. El mundo tendrá
que comparecer ante el tribunal de la persona singular, ella es el juez de las
acciones justas y de las injustas.
Además, hoy en día la persona singular es capaz de hacer más
bien que nunca. El mundo está repleto de violencia, lleno de perseguidos, de
prisioneros, de gentes que sufren. Qué fácil resulta aquí consolar, aliviar,
proteger, y qué pocos medios se necesitan para ello. Aun el hombre más sencillo
tiene ocasión de hacer esas cosas y el mérito crece en proporción a la
competencia de mando de que disponga en el puesto en que se encuentre. El poder
auténtico se reconoce en la protección que dispensa.
La persona singular ha de entender ante todo que la paz no
podrá brotar del cansancio. También el miedo contribuye a la guerra y a la
prolongación de la guerra. Sólo así se explica que la segunda guerra mundial
estallase en un plazo tan breve. Para que haya paz no basta con no querer la
guerra. La paz auténtica supone coraje, un coraje superior al que se necesita
en la guerra; es una expresión de trabajo espiritual, de poder espiritual. Y
ese poder lo adquirimos cuando sabemos apagar dentro de nosotros el fuego rojo
que allí arde y desprendernos, empezando por las cosas propias, del odio y de
la división que el odio trae consigo.
La persona singular se parece así a la luz, que al
encenderse, vence en su parte a la oscuridad. Una luz pequeña es más grande, más
imperiosa, que muchísima oscuridad.
Esto rige también para los hombres que necesariamente caerán.
Avanzan en buen estado hacia la eternidad. Pues la auténtica lucha en que nos
hallamos empeñados se libra de un modo cada vez más claro entre los poderes de
la aniquilación y los poderes de la vida. En esta lucha los guerreros justos se
alinean hombro con hombro, como hacia antaño la vieja caballería.
La paz será duradera si ello llega a expresarse.
(Ernst Jünger, La paz.Tusquets,1996, págs 53-54)
Me inclino ante los caídos
(…)
Entonces, cunado nos apretujábamos en los conos abiertos en
el suelo por los proyectiles, aún creíamos que el ser humano es más fuerte que
el material. Eso se ha revelado como un error.
(…)
Me acuerdo sobre todo de dos de esas agresiones al
equilibrio interior. El primer susto lo compartí con muchas otras personas-me
sobrecogió cuando en el verano de 1945 oí la noticia de Hiroshima
(…)
Un nuevo susto ha sido para mí el enterarme hace poco de que
unos cerebros técnicos han logrado construir unos autómatas que juegan al
ajedrez y a los que pronto no podrán hacer frente ni siquiera los mejores
jugadores.
Casi a diario oímos hablar de un avance en la reducción de
la realidad a cifras, en su numerización-nos enteramos de un nuevo movimiento
realizado en el marco del ataque que amenaza con darnos jaque mate a todos. Lo
que aquí está en cuestión es el reino de los juegos, la libertad espiritual,
ante todo la del artista y la fuerza creadora de éste.
(…)
Adversaire, si lo ordenan las circunstancias, pero no
ennemi. Agon, pero no polemos.
Los humanos aprendemos poco de la historia-de lo contrario
se nos habría ahorrado también, entre otras muchas cosas, la segunda guerra
mundial. De todos modos parece que ahora en nuestro caso se ha logrado un
modelo.
Si pensamos en los conflictos que hoy nos agobian, la
cuestión es la siguiente: ¿no deberíamos empezar, ahora de manera planetaria,
por el lugar al que nos han llevado tantos rodeos, tantos sacrificios?
( Ernst Jünger, Alocución en Verdún el 24 de junio de
1979.Tusquets 1996, págs 221-225)
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