“La crisis económica está, pues, desembocando en una crisis
política, social, humanitaria y ecológica que mina en sus raíces todos los
presupuestos de la democracia. Los principales efectos de las emergencias que
acaban de ilustrarse son las violaciones
de todos los derechos de miles de millones de seres humanos y un crecimiento
exponencial de las desigualdades-entre las personas dentro de cada país, y
entre las economías de los distintos países-y por eso la erosión de las bases
sociales de la democracia y de la paz, formadas, en última instancia, por la
igualdad en los derechos fundamentales.
De aquí, inevitablemente, el creciente descrédito de la política,
vista en el mejor de los casos como impotente y parasitaria y, en el peor, como
antisocial y servil a los intereses destructivos de los más fuertes. En efecto,
la política moderna, a partir de Hobbes, se legitima como expresión y protección
de los seres humanos de carne y hueso. Está legitimada socialmente, en su
dimensión sustancial y de reflejo en la política, y es representativa, por su
capacidad de resolver los problemas: de actuar los principios constitucionales,
de garantizar los derechos y por encima de todo la vida, de redistribuir la
riqueza a través de las prestaciones y servicios, de limitar y disciplinar los
poderes, de otro modo salvajes, de la economía. Resulta en cambio desacreditada
y deslegitimada cuando invierte este
papel; cuando no solo no limita ni disciplina los poderes privados de los más
fuertes, sino que se subordina ellos como un instrumento; cuando desmantela el
estado social, favoreciendo a los más ricos y penalizando a los más pobres, y
no reduce, sino que dilata, las desigualdades; cuando dispensa sacrificios en
lugar de bienes y servicios, subvirtiendo el significado de nobles palabras
como “reformas” y “reformismo”: ya no reformas sociales a favor de los más débiles,
sino contrarreformas antisociales en su perjuicio. Es lo que hoy está
sucediendo, ciertamente en Italia, en simultaneidad con la formación de una clase
política pletórica, separada de la sociedad como casta privilegiada, irresponsable
y en gran medida incompetente y corrupta.
Esta crisis de la política- de su papel, su capacidad de gobierno
y, por eso, de su legitimación- es la causa primera de todas las crisis y de las
derivas hasta aquí examinadas. La creciente inadecuación del derecho como
instrumento de regulación de los poderes, tanto públicos como privados, y de
garantía de la igualdad y de los derechos fundamentales de las personas, es una
consecuencia de la crisis de la política. La actual crisis de la democracia en
todas sus formas y dimensiones consiste en la impotencia de la política frente
a los desafíos globales, y en su omnipotencia en relación con los sujetos más débiles.
Por eso, el verdadero, difícil problema, es el resurgimiento y refundación de
la política, convertido en grave y urgente por el hecho de que su crisis, de no
detenerse, generará en el plano social-junto a
las tristes pasiones de los odios, los egoísmos, la resignación, la
indiferencia, los miedos y las angustias- el veneno destructivo del sentido cívico
y del espíritu público, de la antipolítica. Que es siempre el caldo de cultivo
de todos los populismos y de todas las regresiones autoritarias”
(Luigi Ferrajoli, La democracia a través de los derechos, páginas
169-170)
En el ámbito europeo, la crisis alcanza su más reciente
expresión en el “colapso” de la política a nivel nacional -sobre todo en los países
del sur- y, en consecuencia, en la pérdida de sentido político –y jurídico- de la Unión Europea en los distintos Estados miembros.
Quien desprecie o descarte el enfoque de los “derechos” como
exigencia demasiado elevada e incompatible con el realismo político deberá
precisar cuál es entonces el alcance y sentido de los mismos en las constituciones
nacionales y en la Carta
de los Derechos Fundamentales de la Unión
Europea.
También deberá hacerse cargo de un resultado acertadamente
señalado por Zizek en relación con el “racionamiento” de los derechos: “los países,
con un par de excepciones (…) en los que el partido comunista sigue en el
poder, como Vietnam y China, son naciones con el sistema capitalista más
salvaje. Los ex comunistas son los mejores gestores del capitalismo más salvaje
y destructivo”.